Dos idiomas en la mente, uno solo en el corazón
(Louise Erdrich) (1839)
Este artículo pertenece al Periódico Electrónico "Pueblos indígenas: vivir en dos mundos"
Louise Eldrich, descendiente de la tribu ojibwe de Turtle Mountain y autora de más de una docena de novelas, memorias, poesía y literatura infantil, es una de las escritoras indígenas estadounidenses más destacadas. Originalmente se hizo famosa cuando recibió el premio Love Medicine (1984). Es propietaria de Birchbark Books, pequeña librería independiente en Minneapolis, Minnesota. En esta ocasión escribe sobre la inspiración que deriva del ojibwemowin, el idioma chippewa (Ojibwe).
Desde hace tiempo estoy enamorada de un idioma que no es el inglés con el que escribo, y con el otro idioma la relación es difícil. Cada día trato de estudiar un poquito más de ojibwe. Se me ha dado por llevar en el bolso la tabla de conjugación de los verbos, así como una libreta en la que anoto ideas para libros, conversaciones que oigo por casualidad, detritus del idioma, frases que surgen en mi cabeza. Ahora esa pequeña libreta incluye un volumen creciente de palabras ojibwe. Mi inglés es celoso, mi ojibwe esquivo. Como una amante acosada e infiel, trato de apaciguar a ambos.
La última persona en mi familia que habló ojibwemowin, o anishinaabemowin, la lengua chippewa, fue mi abuelo materno, Patrick Gourneau, un ojibwe de Turtle Mountain, que la utilizaba principalmente en sus plegarias. Durante mi niñez, cuando vivía fuera de la reservación, pensaba que el ojibwemowin era el idioma para las oraciones, como el latín en la liturgia católica. Durante muchos años no supe que el idioma ojibwemowin se hablaba en Canadá, Minnesota y Wisconsin, aunque por una cantidad cada vez menor de personas. Cuando empecé a estudiar el idioma vivía en New Hampshire, así que durante los primeros años utilicé cintas grabadas.
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Nunca aprendí más que unas pocas frases corteses, pero el sonido del idioma en la voz anishinaabe, sosegada y digna, del autor Basil Johnson, me ayudó durante mis episodios de nostalgia. Hablaba ojibwe básico en el aislamiento de mi automóvil mientras viajaba por las serpenteantes carreteras de Nueva Inglaterra. Entonces, como ahora, llevaba mis cintas grabadas a todas partes.
El idioma indígena penetró mi corazón profundamente, pero era un anhelo insatisfecho. No tenía con quien hablarlo, nadie que recordara a mi abuelo, de pie en el bosque, con su pipa sagrada, al lado de un árbol, hablando con los espíritus. Fue sólo cuando regresé al oeste medio y me establecí en Minneapolis cuando encontré a un compatriota ojibwe con quién aprender y tener un maestro.
La inspiración de un maestro
Jim Clark, el anciano ojibwe de Mille Lacs (Naawi-giizis o Centro del Día) es veterano de la Segunda Guerra Mundial, muy agradable de trato, risueño, con corte de pelo militar y una benevolencia misteriosa que se revela en sus ademanes sutiles. Cuando ríe, todo a su alrededor ríe y cuando está serio sus ojos se redondean como los de un niño.
Naawi-giizis me hizo conocer la gran agudeza del idioma e influyó en mi propósito de hablarlo por una razón, quería comprender los chistes. Aunque también quería comprender las plegarias y las adisookaanuí, o historias sagradas, para mí la parte irresistible de la lengua era la explosión de hilaridad que ocurre repetidamente en las reuniones de los ojibwes. Como actualmente la mayoría de losque lo hablan son bilingües, en el idioma abundan los juegos de palabras tanto en inglés como en ojibwe, la mayoría basados en la singularidad de gichi-mookomaan, el gran cuchillo, es decir las costumbres y conducta de los estadounidenses.
El deseo de profundizar mi idioma alterno me coloca en una relación rara con respecto a mi primer amor, el inglés. Después de todo, es el idioma embutido en la boca de los ancestros de mi madre. El inglés es la razón por la cual ella no hablara su idioma indígena y para que yo pueda apenas cojear en el mío. El inglés es un idioma totalmente devorador que se ha extendido por América del Norte como las plagas fabulosas de langosta que oscurecieron los cielos y devoraron aún los mangos de los rastrillos y los azadones. Con todo, la naturaleza omnívora de un idioma colonial es un regalo para el escritor. Con mi educación en el idioma inglés yo participo en un banquete híbrido.
Hace cien años la mayoría del pueblo ojibwe hablaba ojibwemowin, pero la Oficina de Asuntos Indígenas y los internados de las escuelas religiosas castigaban y humillaban a los niños que hablaban idiomas indígenas. Ese programa funcionó y ahora prácticamente no hay en Estados Unidos personas de menos de 30 años que hablen ojibwe con fluidez. Quienes lo hablan, como Naawi-giizis valoran el idioma en parte porque ha sido físicamente sacado a palos de la gente. Quienes lo hablan con fluidez han enfrentado la lucha por el idioma en carne propia, han sufrido el ridículo, han resistido la ignominia y obstinadamente se prometieron seguir hablando su lengua.
El gran misterio
Mi relación es desde luego muy diferente. ¿Cómo se puede retornar a un idioma que nunca se tuvo? ¿Por qué un escritor que ama su primer idioma debe encontrar necesario y esencial complicar su vida con otro? Hay razones sencillas, personales y no personales. Durante los años recientes he encontrado que puedo hablarle a Dios sólo en este idioma, que de alguna manera penetró con la manera como lo usaba mi abuelo. El sonido me reconforta.
Lo que los ojibwes llaman Gizhe Manidoo, el gran espíritu bondadoso que reside en todo lo que vive, lo que los lakotas llaman el Gran Misterio, para mí está asociado con el flujo del ojibwemowin. Mi formación católica me llegó intelectual y simbólicamente, pero aparentemente nunca cautivó mi corazón.
Hay esto también, el ojibwemowin es uno de los pocos idiomas sobrevivientes que evolucionó hasta el presente aquí en América del Norte. La agudeza de este idioma está adaptada, como ninguna otra, a la filosofía ligada a la tierra, a los ríos, a los bosques y a las planicies áridas norteñas; a los animales y sus tendencias particulares; a los matices del significado en la colocación misma de las piedras. Como escritora estadounidense es esencial para mi tratar de comprender nuestra relación humana con los lugares, en la forma más profunda posible, usando mi herramienta favorita, el idioma.
En el idioma ojibwe y en el dakota hay nombres para todos los rasgos físicos de Minnesota, incluso los nuevos, como parques urbanos y lagos dragados. El ojibwemowin no es estático, no está confinado a describir el mundo de un pasado sagrado y fuera de alcance. Hay palabras para hablar del correo electrón, las computadoras, Internet, el fax; para los animales exóticos en los zoológicos. El anaamibiig gookoosh, cerdo submarino, es el hipopótamo. El nandookomeshiinh, cazador de piojos, es el mono.
Hay palabras para la plegaria de la serenidad, usada en los programas de 12 pasos y traducciones de versos infantiles. Las poblaciones diferentes a los ojibwe y anishinaabe también tienen nombres: los aiibiishaabookewininiwag, pueblos de té, o sea los asiáticos. Los agongosininiwag, ardillas pintadas, los escandinavos. Todavía estoy tratando de averiguar porqué.
Complejidad del ojibwemowin
Durante años sólo vi la superficie del ojibwemowin. En cualquier tipo de estudio uno se encuentra ante un sorprendente complejo de verbos. El ojibwemowin es un idioma de verbos. Todo acción. Dos tercios de las palabras son verbos y cada verbo puede tener hasta 6.000 formas. La tempestad de formas del verbo hace de este idioma ampliamente adaptable y poderosamente preciso. Changite-ige describe la forma en que el pato se lanza al agua erecto, acuatizando sobre la cola. Hay una palabra para lo que sucede cuando un hombre se cae de una motocicleta con una pipa en la boca y el tubo de la pipa le atravezara el craneo. Puede haber un verbo para cualquier cosa.
En cuanto a los sustantivos hay un algún alivio. No hay muchos complementos. Con una corrección política modesta, aunque inadvertida, no hay la forma de indicar el género en ojibwemowin. No existe la forma femenina o masculina para los adjetivos posesivos o los artículos.
Los sustantivos se designan principalmente como vivos o muertos, animados o inanimados. La palabra para piedra, asin, indica un objeto animado. Las piedras se denominan abuelos y abuelas y son sumamente importantes en la filosofía ojibwe. Una vez que comencé a pensar en las piedras como objetos animados, empecé a preguntarme si yo recogía una piedra o ésta se ponía en mi mano. Las piedras no son para mí lo mismo lo mismo que en inglés. Cuando escribo no puedo referirme a las piedras sin considerarlas en ojibwe y reconocer que el universo anishinaabe comenzó con una conversación entre piedras.
El ojibwemowin es también un idioma de emociones; los matices del sentimiento pueden mezclarse como la pintura. Hay una palabra para cuando el corazón derrama lágrimas silenciosas. Los objibwes son especialmente buenos para describir el estado intelectual y los puntos sutiles de la responsabilidad moral.
Ozozamenimaa describe el abuso del talento propio si no se controla. Ozozamichige implica que uno todavía puede enderezar las cosas. Hay muchas más clases de amor de las que hay en inglés. Hay una miríada de matices de significado emocional para designar varios miembros de la familia y del clan. Es un idioma que reconoce también la humanidad de la criatura que es Dios, tanto como la absurda y maravillosa sexualidad de los seres aún más profundamente religiosos.
Lentamente el idioma se ha insinuado en mi escritura, reemplazando una palabra aquí, un concepto allí que comienza a tener peso. Desde luego que he pensado en escribir historias en ojibwe, como un Nabokov en reverso. Pero con mi ojibwe, al nivel de un niño soñador de cuatro años, probablemente no lo haré.
Aunque originalmente no era un idioma escrito, la gente simplemente adaptó el alfabeto ingles y escribió fonéticamente. Durante la Segunda Guerra Mundial, Naawi-giizis escribió cartas en ojibwe a su tio desde Europa. Hablaba libremente sobre sus movimientos, pues ningún censor podía comprender lo que escribía. La ortografía ojibwe se regularizó hace poco. Con todo, para mí es tarea de todo un día escribir un párrafo utilizando verbos en sus formas arcanas correctas. Aún así, hay tantos dialectos de ojibwe, que para muchos que los hablan, yo todavía lo utilizaría mal.
A pesar de lo desmañado que debe sonar mi ojibwe para quien lo habla bien, nunca, nunca me he encontrado ante un momento de impaciencia o burlas. Quizá la gente espera hasta que yo me aleje, pero, lo que es más posible, creo yo, es que tengo premura en cuanto al intento de hablar el idioma. Para quienes hablan ojibwe el idioma es algo profundamente amado. Existe un espíritu o un genio que da origen a cada palabra.
Antes de intentar hablar este idioma, el estudiante debe reconocer estos espíritus con obsequios de tabaco y alimentos. Todo el que intenta el ojibwemowin participa en algo más que el aprendizaje de trabalenguas. No importa que tan torpes sean mis sustantivos e inestables mis verbos, o cuan desatinado sea mi modo de expresarme, comprometerse con el idioma es comprometer el espíritu. Quizá sea eso lo que saben mis maestros y lo que mi inglés me perdone.
Las opiniones expresadas en este artículo no necesariamente reflejan los puntos de vista o las políticas del gobierno estadounidense.
(El Servicio Noticioso desde Washington es un producto de la Oficina de Programas de Información Internacional del Departamento de Estado de Estados Unidos. Sitio en la Web: http://www.america.gov/esp )
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La Oficina de Programas de Información Internacional del
Departamento de Estados Unidos distribuye USINFO-NOTICIAS.
Puede encontrar información adicional en
http://www.america.gov/esp/
(Louise Erdrich) (1839)
Este artículo pertenece al Periódico Electrónico "Pueblos indígenas: vivir en dos mundos"
Louise Eldrich, descendiente de la tribu ojibwe de Turtle Mountain y autora de más de una docena de novelas, memorias, poesía y literatura infantil, es una de las escritoras indígenas estadounidenses más destacadas. Originalmente se hizo famosa cuando recibió el premio Love Medicine (1984). Es propietaria de Birchbark Books, pequeña librería independiente en Minneapolis, Minnesota. En esta ocasión escribe sobre la inspiración que deriva del ojibwemowin, el idioma chippewa (Ojibwe).
Desde hace tiempo estoy enamorada de un idioma que no es el inglés con el que escribo, y con el otro idioma la relación es difícil. Cada día trato de estudiar un poquito más de ojibwe. Se me ha dado por llevar en el bolso la tabla de conjugación de los verbos, así como una libreta en la que anoto ideas para libros, conversaciones que oigo por casualidad, detritus del idioma, frases que surgen en mi cabeza. Ahora esa pequeña libreta incluye un volumen creciente de palabras ojibwe. Mi inglés es celoso, mi ojibwe esquivo. Como una amante acosada e infiel, trato de apaciguar a ambos.
La última persona en mi familia que habló ojibwemowin, o anishinaabemowin, la lengua chippewa, fue mi abuelo materno, Patrick Gourneau, un ojibwe de Turtle Mountain, que la utilizaba principalmente en sus plegarias. Durante mi niñez, cuando vivía fuera de la reservación, pensaba que el ojibwemowin era el idioma para las oraciones, como el latín en la liturgia católica. Durante muchos años no supe que el idioma ojibwemowin se hablaba en Canadá, Minnesota y Wisconsin, aunque por una cantidad cada vez menor de personas. Cuando empecé a estudiar el idioma vivía en New Hampshire, así que durante los primeros años utilicé cintas grabadas.
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Nunca aprendí más que unas pocas frases corteses, pero el sonido del idioma en la voz anishinaabe, sosegada y digna, del autor Basil Johnson, me ayudó durante mis episodios de nostalgia. Hablaba ojibwe básico en el aislamiento de mi automóvil mientras viajaba por las serpenteantes carreteras de Nueva Inglaterra. Entonces, como ahora, llevaba mis cintas grabadas a todas partes.
El idioma indígena penetró mi corazón profundamente, pero era un anhelo insatisfecho. No tenía con quien hablarlo, nadie que recordara a mi abuelo, de pie en el bosque, con su pipa sagrada, al lado de un árbol, hablando con los espíritus. Fue sólo cuando regresé al oeste medio y me establecí en Minneapolis cuando encontré a un compatriota ojibwe con quién aprender y tener un maestro.
La inspiración de un maestro
Jim Clark, el anciano ojibwe de Mille Lacs (Naawi-giizis o Centro del Día) es veterano de la Segunda Guerra Mundial, muy agradable de trato, risueño, con corte de pelo militar y una benevolencia misteriosa que se revela en sus ademanes sutiles. Cuando ríe, todo a su alrededor ríe y cuando está serio sus ojos se redondean como los de un niño.
Naawi-giizis me hizo conocer la gran agudeza del idioma e influyó en mi propósito de hablarlo por una razón, quería comprender los chistes. Aunque también quería comprender las plegarias y las adisookaanuí, o historias sagradas, para mí la parte irresistible de la lengua era la explosión de hilaridad que ocurre repetidamente en las reuniones de los ojibwes. Como actualmente la mayoría de losque lo hablan son bilingües, en el idioma abundan los juegos de palabras tanto en inglés como en ojibwe, la mayoría basados en la singularidad de gichi-mookomaan, el gran cuchillo, es decir las costumbres y conducta de los estadounidenses.
El deseo de profundizar mi idioma alterno me coloca en una relación rara con respecto a mi primer amor, el inglés. Después de todo, es el idioma embutido en la boca de los ancestros de mi madre. El inglés es la razón por la cual ella no hablara su idioma indígena y para que yo pueda apenas cojear en el mío. El inglés es un idioma totalmente devorador que se ha extendido por América del Norte como las plagas fabulosas de langosta que oscurecieron los cielos y devoraron aún los mangos de los rastrillos y los azadones. Con todo, la naturaleza omnívora de un idioma colonial es un regalo para el escritor. Con mi educación en el idioma inglés yo participo en un banquete híbrido.
Hace cien años la mayoría del pueblo ojibwe hablaba ojibwemowin, pero la Oficina de Asuntos Indígenas y los internados de las escuelas religiosas castigaban y humillaban a los niños que hablaban idiomas indígenas. Ese programa funcionó y ahora prácticamente no hay en Estados Unidos personas de menos de 30 años que hablen ojibwe con fluidez. Quienes lo hablan, como Naawi-giizis valoran el idioma en parte porque ha sido físicamente sacado a palos de la gente. Quienes lo hablan con fluidez han enfrentado la lucha por el idioma en carne propia, han sufrido el ridículo, han resistido la ignominia y obstinadamente se prometieron seguir hablando su lengua.
El gran misterio
Mi relación es desde luego muy diferente. ¿Cómo se puede retornar a un idioma que nunca se tuvo? ¿Por qué un escritor que ama su primer idioma debe encontrar necesario y esencial complicar su vida con otro? Hay razones sencillas, personales y no personales. Durante los años recientes he encontrado que puedo hablarle a Dios sólo en este idioma, que de alguna manera penetró con la manera como lo usaba mi abuelo. El sonido me reconforta.
Lo que los ojibwes llaman Gizhe Manidoo, el gran espíritu bondadoso que reside en todo lo que vive, lo que los lakotas llaman el Gran Misterio, para mí está asociado con el flujo del ojibwemowin. Mi formación católica me llegó intelectual y simbólicamente, pero aparentemente nunca cautivó mi corazón.
Hay esto también, el ojibwemowin es uno de los pocos idiomas sobrevivientes que evolucionó hasta el presente aquí en América del Norte. La agudeza de este idioma está adaptada, como ninguna otra, a la filosofía ligada a la tierra, a los ríos, a los bosques y a las planicies áridas norteñas; a los animales y sus tendencias particulares; a los matices del significado en la colocación misma de las piedras. Como escritora estadounidense es esencial para mi tratar de comprender nuestra relación humana con los lugares, en la forma más profunda posible, usando mi herramienta favorita, el idioma.
En el idioma ojibwe y en el dakota hay nombres para todos los rasgos físicos de Minnesota, incluso los nuevos, como parques urbanos y lagos dragados. El ojibwemowin no es estático, no está confinado a describir el mundo de un pasado sagrado y fuera de alcance. Hay palabras para hablar del correo electrón, las computadoras, Internet, el fax; para los animales exóticos en los zoológicos. El anaamibiig gookoosh, cerdo submarino, es el hipopótamo. El nandookomeshiinh, cazador de piojos, es el mono.
Hay palabras para la plegaria de la serenidad, usada en los programas de 12 pasos y traducciones de versos infantiles. Las poblaciones diferentes a los ojibwe y anishinaabe también tienen nombres: los aiibiishaabookewininiwag, pueblos de té, o sea los asiáticos. Los agongosininiwag, ardillas pintadas, los escandinavos. Todavía estoy tratando de averiguar porqué.
Complejidad del ojibwemowin
Durante años sólo vi la superficie del ojibwemowin. En cualquier tipo de estudio uno se encuentra ante un sorprendente complejo de verbos. El ojibwemowin es un idioma de verbos. Todo acción. Dos tercios de las palabras son verbos y cada verbo puede tener hasta 6.000 formas. La tempestad de formas del verbo hace de este idioma ampliamente adaptable y poderosamente preciso. Changite-ige describe la forma en que el pato se lanza al agua erecto, acuatizando sobre la cola. Hay una palabra para lo que sucede cuando un hombre se cae de una motocicleta con una pipa en la boca y el tubo de la pipa le atravezara el craneo. Puede haber un verbo para cualquier cosa.
En cuanto a los sustantivos hay un algún alivio. No hay muchos complementos. Con una corrección política modesta, aunque inadvertida, no hay la forma de indicar el género en ojibwemowin. No existe la forma femenina o masculina para los adjetivos posesivos o los artículos.
Los sustantivos se designan principalmente como vivos o muertos, animados o inanimados. La palabra para piedra, asin, indica un objeto animado. Las piedras se denominan abuelos y abuelas y son sumamente importantes en la filosofía ojibwe. Una vez que comencé a pensar en las piedras como objetos animados, empecé a preguntarme si yo recogía una piedra o ésta se ponía en mi mano. Las piedras no son para mí lo mismo lo mismo que en inglés. Cuando escribo no puedo referirme a las piedras sin considerarlas en ojibwe y reconocer que el universo anishinaabe comenzó con una conversación entre piedras.
El ojibwemowin es también un idioma de emociones; los matices del sentimiento pueden mezclarse como la pintura. Hay una palabra para cuando el corazón derrama lágrimas silenciosas. Los objibwes son especialmente buenos para describir el estado intelectual y los puntos sutiles de la responsabilidad moral.
Ozozamenimaa describe el abuso del talento propio si no se controla. Ozozamichige implica que uno todavía puede enderezar las cosas. Hay muchas más clases de amor de las que hay en inglés. Hay una miríada de matices de significado emocional para designar varios miembros de la familia y del clan. Es un idioma que reconoce también la humanidad de la criatura que es Dios, tanto como la absurda y maravillosa sexualidad de los seres aún más profundamente religiosos.
Lentamente el idioma se ha insinuado en mi escritura, reemplazando una palabra aquí, un concepto allí que comienza a tener peso. Desde luego que he pensado en escribir historias en ojibwe, como un Nabokov en reverso. Pero con mi ojibwe, al nivel de un niño soñador de cuatro años, probablemente no lo haré.
Aunque originalmente no era un idioma escrito, la gente simplemente adaptó el alfabeto ingles y escribió fonéticamente. Durante la Segunda Guerra Mundial, Naawi-giizis escribió cartas en ojibwe a su tio desde Europa. Hablaba libremente sobre sus movimientos, pues ningún censor podía comprender lo que escribía. La ortografía ojibwe se regularizó hace poco. Con todo, para mí es tarea de todo un día escribir un párrafo utilizando verbos en sus formas arcanas correctas. Aún así, hay tantos dialectos de ojibwe, que para muchos que los hablan, yo todavía lo utilizaría mal.
A pesar de lo desmañado que debe sonar mi ojibwe para quien lo habla bien, nunca, nunca me he encontrado ante un momento de impaciencia o burlas. Quizá la gente espera hasta que yo me aleje, pero, lo que es más posible, creo yo, es que tengo premura en cuanto al intento de hablar el idioma. Para quienes hablan ojibwe el idioma es algo profundamente amado. Existe un espíritu o un genio que da origen a cada palabra.
Antes de intentar hablar este idioma, el estudiante debe reconocer estos espíritus con obsequios de tabaco y alimentos. Todo el que intenta el ojibwemowin participa en algo más que el aprendizaje de trabalenguas. No importa que tan torpes sean mis sustantivos e inestables mis verbos, o cuan desatinado sea mi modo de expresarme, comprometerse con el idioma es comprometer el espíritu. Quizá sea eso lo que saben mis maestros y lo que mi inglés me perdone.
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Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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